Todos queremos tener una vida plena y satisfactoria, pero la solución no es llenar la mente de ideas bonitas y conceptos que nos alejen de la realidad; y tampoco engullir intelectualmente libros de autoayuda, como método para escapar de los conflictos o huir de nosotros mismos.
Si bien la práctica es muy importante, es necesario percibir el conocimiento real de lo que se está haciendo. En general sabemos muy poco sobre el sufrimiento, y lo curioso es que la manera que tenemos de salir de él, es creando más sufrimiento. Huimos de los problemas o entramos en estados de angustia y depresión para no conectar con el dolor, y así nunca nos liberamos del sufrimiento.
A la vida no le importan las expectativas o deseos del ego, pero no se trata de rechazar a esta parte de nosotros, sino de expandirla y alinearla con nuestro ser o yo superior. Lo que la vida quiere de nosotros es que seamos libres, de manera que nos sintamos parte de un todo. Y no lo seremos hasta que no aprendamos a vivir sin apegarnos en exceso y sin aversión.
Esta liberación se consigue cuando empezamos a disfrutar de todas las experiencias o personas que llegan a nuestra vida, pero permitiendo que se vayan; y cuando aprendemos a integrarnos con las situaciones o personas que no nos gustan, pero que no nos queda más remedio que aceptarlas.
El apego y la aversión son los efectos de no ver las cosas como realmente son y distorsionar la realidad, proyectando sobre los objetos y las personas, nuestros miedos y necesidades. Miramos a través de nuestro filtraje de memoria emocional, y eso nos produce la sensación de agradable o desagradable. Por eso experimentamos tantos conflictos con los demás y nos desconectamos de nosotros mismos.
No es un trabajo fácil porque desde pequeños la mayoría hemos sido rechazados energéticamente. Estamos programados para reaccionar automáticamente a la energía del exterior para no tocar el dolor. Así perdimos nuestro centro y creamos una falsa idea de quiénes somos. Por eso será necesario revivir unas experiencias que no se vivieron en el pasado, trabajar emociones reprimidas o liberar tensiones cronificadas en el cuerpo.
A veces es difícil identificar el problema, pero aprender a escuchar al cuerpo es la clave, una capacidad que también hemos perdido. Esto resulta muy poderoso porque lo que se sana en el cuerpo disuelve otras capas, como emociones destructivas, pensamientos dañinos o comportamientos descontrolados.
Parte del camino es ser capaz de tolerar la frustración y la incertidumbre, sin falta de hacer grandes cambios, aislarnos o ir a algún sitio. Donde quiera que estés es donde está tu ser despierto.
La vida es corta y demasiado valiosa para desperdiciarla sufriendo. Si no añadimos nada a una experiencia que etiquetamos como negativa, tan solo queda el dolor en sí mismo, que no es algo personal, es el dolor del mundo.
Al no saber quiénes somos inventamos un personaje, pero cuando sentimos el dolor sin reaccionar y dejamos la vulnerabilidad al descubierto, nuestro “yo” se desmorona. Y entramos entonces en un vacío devastador, sin embargo algo sorprendente ocurre al atravesar este espacio.
Comenzamos a sentir el amor universal, desaparece la idea de ser alguien con realidad intrínseca y hay una confianza absoluta, una profunda paz y serenidad, pues hemos conectado con la raíz de nuestra alma.
Todo el universo nos ha estado ayudando siempre a que reconozcamos nuestra esencia, aunque sea subiéndonos el volumen del conflicto para que nos demos cuenta del error.
Ya no es necesario ir en busca de un estado espiritual donde nada nos afecte, como si fuéramos observadores desapegados del mundo. Porque además esto solo funciona temporalmente, siempre acaba ocurriendo algo que nos saca de esa falsa armonía y negación.
Ahora todo es lucidez y un sentir donde la mente empieza a procesar las experiencias de otra manera. La tensión disminuye y la energía se libera, entrando en armonía con la corriente del orden cósmico. Pues formamos parte del movimiento del universo, donde tan solo hay que abrirse al cambio con total aceptación y fluidez.